Kylma by J. F. Sanz

Kylma by J. F. Sanz

autor:J. F. Sanz [Sanz, J. F.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-12-31T23:00:00+00:00


—Ven, está despertando.

Tras superar el trance del kahn y que Dyreah se sumiera en un profundo sueño, su abuelo lo había obligado a que se retirara a descansar. El trabajo estaba hecho, de nada servía que se quedase el resto de la noche velando por ella. Estaría bien cuidada, él mismo se ocuparía de ello, y le prometió que le avisaría a la menor novedad.

Y las noticias acababan de arribar.

Kylan había sido incapaz de dormir, aunque al menos había disfrutado de las ventajas que ofrecía un campamento en toda regla, con un buen fuego que proporcionara su precioso calor, y en el fondo algo había descansado. El corte de su mano ya apenas sangraba, un pago insignificante en comparación a las contusiones que habían sufrido los demás. Por fortuna, el hykar se había recuperado de inmediato, sin otros síntomas que una fea inflamación en la cara.

—¿Dyreah? —preguntó el mestizo, tratando de espabilarse.

—Sí, vamos —le instó Tarani abriendo camino—. Kyallard cr’e qu’ deberías ser tú el primero a quien vea cuando despierte.

Parecía que la compañía al completo quería presenciar el acontecimiento, pues todos se hallaban congregados, incluso alguno que no conocía. El amanecer traía consigo no sólo luz, sino también nuevas esperanzas para Kylan. Y grata fue su sorpresa cuando apreció que Dyreah ya no yacía tirada en la nieve ni había cuerdas que ataran sus extremidades. La semielfa descansaba entre mullidas mantas y cálidas pieles, sin más impedimento que el cielo sobre su cabeza.

—Varashem ha tejido una cúpula mágica a su alrededor —indicó Kyallard a modo de explicación—, por si algo saliese mal.

El hechizo evitaría que escapase, pero si cuando la semielfa recuperara la consciencia aún estaba poseída por su mitad demoníaca, a él no le salvaría. Asumiría el riesgo. Kylan agradeció el gesto con un asentimiento y se aproximó a ella.

—¿Dyreah? —susurró al sentarse a su lado.

Las facciones de su rostro se crisparon, e incluso farfulló algo, pero no abrió los ojos.

—Dyreah, ¿puedes oírme? Soy Kylan.

—¿Kylan…?

—Sí, soy yo —respondió él con la voz entrecortada. Se le había hecho un nudo en el estómago por la emoción que apenas le permitía hablar.

La semielfa apretó los párpados un par de veces, con fuerza, antes de atreverse a abrirlos y afrontar la claridad del alba. Éstos relucieron en su chocante aspecto carente de pupilas, una uniforme extensión de verde resplandor que provocaba que el mestizo se estremeciese. Mas no brillaron con fiereza, ni prometían muerte y destrucción. Miraban con desvalida incomprensión.

—¿Qué…? ¿Qué ha pasado?

Kylanfein giró la cabeza atrás, buscando el apoyo y la aprobación de su abuelo. Éste asintió, conforme.

—Antes de nada tienes que escucharme, Dyreah, por favor.

—T-te escucho —acató ella.

—¿Recuerdas cuando nos atacó el oso?

—Sí… —contestó con un gesto de desazón. Recordaba cómo aquella descomunal bestia había surgido de entre la niebla y se había abalanzado sobre ella, intentando defender a sus cachorros. Después, un tremendo dolor y ya nada más.

—Saliste herida del enfrentamiento, pero ocurrió algo más. Te pusiste enferma, y luego… fue peor.

—¿Peor…? —la semielfa se sentía cada vez más confusa.



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